El sector de la construcción ha sido la niña mimada en nuestra comunidad canaria a los largo de los últimos 50 años. El inicio del ciclo de oro de los empresarios de la construcción comenzó en la década de los 60, con el desarrollo del turismo en todo el mundo. En esa época, algunos privilegiados lugares marcaron el modelo a seguir, esto es, cientos de hoteles bajo el sol radiante y frente a playas de arenas rubias con palmeras, todo ello acompañado de mucha marcha nocturna. Ejemplos de ello son Río de Janeiro, Acapulco, Miami, Costa del Sol, Baleares y también Canarias, que se apuntó desde el inicio a esta actividad económica con tanto futuro, dando lugar a centros turísticos como Maspalomas o el Puerto de la Cruz.
Ejemplos de construcciones de urgente demolición, por las nefastas consecuencias sobre los paisajes, los valores naturales, las personas y las propiedades.
La arquitectura que caracteriza aquellos primeros momentos (y desgraciadamente también a muchos edificios que se realizan hoy en día), es bien conocida en nuestra geografía, ya que disponemos de decenas de edificios-colmena repartidos por la geografía insular y aptos para acoger a los miles de turistas ávidos de sentir los beneficios del sol y del mar durante unos días. Hoy, los nuevos modelos de la arquitectura turística valora la horizontalidad de las edificaciones y la ocupación de grandes superficies de suelo para dotarlo de servicios y espacios verdes. En este sentido, en los últimos años se han concedido multitud de licencias para levantar nuevos hoteles en Tenerife -7 licencias tan solo en 2020- que intentan lograr construcciones de mayor calidad y que, supuestamente, atraerá a clientes de mayor capacidad económica y nivel de exigencia.
Sin embargo, este intento de adaptación a las nuevas demandas del sector del turismo se pretende llevar a cabo manteniendo las construcciones desfasadas del pasado, que solo pueden aspirar, por su antigüedad o escasa calidad arquitectónica, a atraer masivamente un tipo de cliente que por aquí denominamos de “borrachera”. Pretender que convivan ambos modelos turísticos no es realista ni conveniente para el futuro, si realmente buscamos mantenernos como una marca que pueda competir en la amplia y creciente oferta turística global.
Otros ejemplos de edificaciones que exigirán de complejas gestiones y tiempo para lograr su demolición. Tan solo ligando las nuevas licencias a la previa desaparición de construcciones hoteleras antiguas o impactantes, se prodrá lograr una auténtica renovación de los centros turísticos de Tenerife.
Es por ello que, tarde o temprano, las autoridades de la isla deberán afrontar la demolición de decenas de edificios de uso turistico, que no solo resultan un daño al paisaje y el territorio, sino que además suponen un deterioro de la imagen turística de Tenerife.
En la situación de excepcionalidad que vivimos desde el inicio del 2020, con la práctica desaparición de los turistas de un día para otro, no solo descubrimos nuestra absoluta fragilidad y dependencia, sino que además se nos abre una gran oportunidad para iniciar un proceso planificado de demoliciones, que sin duda podrán dar trabajo a muchas empresas locales de la construcción y generar empleo durante los próximos años. Posiblemente, algunos de los inmuebles a demoler admitan alguna reforma o actuación que logren mejorar sus condiciones, pero en muchísimos otros casos, esa adaptación resulta inviable.
Animo pues, a los influyentes empresarios de la construcción agrupados en Fepeco, a reclamar de las autoridades la elaboración de un Plan Insular de Demoliciones, que garanticen el mantenimiento de su importante actividad durante los próximos años y contribuyan con ello, a mejorar sustancialmente las actuales condiciones paisajísticas y territoriales de Tenerife.